La recompensa pública

“Nadie puede creer lo poderosa que es la oración y lo que puede lograr, sino sólo los que lo saben por experiencia. Es una gran cosa aferrarse a la oración en caso de extrema necesidad. Sé que cuando he orado intensamente, he sido escuchado generosamente, y obtenido lo que he pedido. Sí, a veces Dios lo demora, pero al fin llega.” -Lutero

En su ansiedad por magnificar los beneficios personales que se derivan de la comunión con Dios, los padres griegos solían usar la ilustración de una pequeña embarcación amarrada a un barco grande. Si uno jalaba la soga, decían, el barco seguía inmóvil, pero la pequeña embarcación respondía inmediatamente al jalón. Aparentemente olvidaban, o no sabían, que en la mecánica “acción y reacción son iguales y opuestas”; habría el mismo efecto en el barco grande que en el pequeño, aunque el tamaño mayor del barco causaría que el desplazamiento fuera menos obvio con respecto a él que el efecto sobre el bote pequeño. En la oración, también, la influencia es recíproca. Hay, como hemos visto, un incremento en el ejercicio de todas las gracias cristianas; pero también hay respuestas directas a peticiones elevadas con fe.

Si no esperamos recibir respuestas a nuestras peticiones, nuestro concepto de la oración es errónea. “Nadie pide en serio”, dice Trail, “pero lo intentan para ver qué resultado obtienen. No hay una muestra más segura y clara de estar jugando a orar que cuando los hombres no se fijan en lo que reciben por medio de la oración.” Y sobre lo mismo, escribe Richard Sibbes: “Hemos de ser vigilantes todos los días, continuar en oración; fortalecer nuestras súplicas con argumentos de la Palabra y las promesas de Dios; y notar el resultado que nuestras oraciones tienen. Cuando lanzamos una flecha, observamos dónde cae; cuando enviamos un barco al mar, esperamos su regreso; y cuando sembramos, esperamos una cosecha… Es ateísmo orar y no esperar con esperanza. El cristiano sincero orará, esperará, fortalecerá su corazón con las promesas, y nunca cesará de orar y de mirar hacia lo alto hasta que Dios le dé su generosa respuesta.”

Y si la respuesta se demora, debemos preguntarnos si lo que queremos está realmente dentro de la voluntad de Dios; y si estamos satisfechos de que lo está, debemos seguir “constantes en oración”. Bengel juzga que el “cristiano no debe dejar de orar hasta que su Padre celestial le dé permiso, permitiéndole obtener algo.” Y George Mueller recibía aliento del hecho de que había tenido el poder de perseverar en oración diaria, durante veintinueve años, pidiendo cierta bendición espiritual que le fuera negada por largo tiempo: “En casa y fuera de casa, en este país y en países extranjeros, en salud y enfermedad, no importa lo muy ocupado que estuviera, pude, día tras día, con la ayuda de Dios, traer ante él este asunto, y aún no he recibido toda la respuesta. No obstante, la espero. La espero con confianza. El mero hecho de que día tras día, año tras año, durante veintinueve años, el Señor me ha dado el poder para continuar mi espera paciente, confiada en él, para obtener la bendición, me anima todavía más a seguir esperando, y tan seguro estoy de que Dios me escucha con referencia a esta cuestión, que muchas veces me ha dado el poder para alabarle anticipadamente por la respuesta completa que al final recibiré a mis oraciones sobre este tema.”40

De acuerdo con la voluntad de Dios

No debemos dudar que las oraciones que coinciden con la voluntad de Dios tendrán una respuesta completa porque, con respecto a ellas, basamos nuestra seguridad en la Palabra y en el Nombre de Cristo. Pero hay muchas peticiones de las que no nos resulta fácil sentirnos totalmente seguros-no se encuentran tan claramente dentro de la voluntad divina como para darnos seguridad. Y con respecto a muchas de ellas, nuestras oraciones parecen volver a nosotros vacías.

Moisés quiso cruzar el Jordán con las tribus; pero Jehová le dijo: “No me hables más de este asunto”. Pablo le pidió tres veces al Señor que le quitara la espina en la carne, pero la única respuesta segura fue: “Bástate mi gracia”. Juan, el discípulo amado, nos anima a orar por la salvación de nuestros hermanos, pero aun cuando nos dedicamos a este deber santo nos recuerda que “hay pecado de muerte”, por lo que, aparentemente, la oración no prevalecerá.

Podemos estar seguros de que “cualquier cosa que sea buena para los hijos de Dios, la obtendrán; porque todo es de ellos para ayudarles en su camino al cielo; por lo tanto, si la pobreza es buena, la tendrán; si la vergüenza o una cruz es buena para ellos, la tendrán; porque todo es nuestro para promover nuestra mayor prosperidad.”41

Cuando oramos pidiendo bendiciones temporales, a veces tenemos conciencia de la ayuda especial del Espíritu en la intercesión. Esto es una garantía para creer que nuestra oración agrada a Dios. Pero tenemos que cuidarnos de no confundir los deseos de la naturaleza con las indicaciones del Espíritu. Sólo los que miran en una sola dirección y cuyos cuerpos, por lo tanto, están llenos de luz, pueden distinguir con seguridad entre los impulsos de la carne y los del Espíritu.42 Teniendo esta precaución, muchas veces podemos recibir aliento del fervor de nuestras peticiones. John Livingstone anotó lo siguiente en sus documentos privados: “Después de la oración, debo recordar y recapitular qué peticiones puso Dios en mi boca, y éstas he de contarlas como bendiciones prometidas, y esperar su cumplimiento.” Y Augustus Toplady habla aún con menos reserva: “Puedo, en lo que recuerdo y creo, decir realmente que no he tenido aún una promesa, ni seguridad con respecto a cosas temporales, confirmadas de antemano como parte de mi comunión con Dios, que no se cumplieran. Nunca, que yo sepa, han dejado de cumplirse.”43

Lo que debemos pedir

¿Qué cosas deben formar el grueso de nuestras peticiones? Maximus de Tyre declaró que no le pediría a los dioses nada más que bondad, paz y esperanza en la muerte. Pero nosotros los cristianos podemos pedir a nuestro Padre todo lo que necesitamos. No obstante, seamos mesurados en nuestros deseos y sean nuestras oraciones sin egoísmo. Las peticiones personales que contiene el Padre Nuestro son muy modestas: el pan cotidiano, perdón y liberación del poder del pecado. No obstante, éstos conforman todas las cosas relacionadas con la vida y la piedad.

Dios nos asegura pan y agua, un lugar de refugio entre la fortaleza de las rocas. Una guarnición y alimentos!44 Pero con frecuencia no estamos reducidos a tan simples suministros: Dios es muy superior a su palabra. Nos alimenta con alimento adecuado; y si alguna vez permite que pasemos hambre, es sólo a fin de que nuestra naturaleza espiritual sea enriquecida.

Pero el hombre no sólo vive de pan. La salud y las comodidades, las alegrías del hogar y los placeres del conocimiento son bendiciones que podemos pedir sabiéndolas correctas, y no nos serán negadas a menos que nuestro Padre juzgue que sea mejor privarnos de ellas. Pero si Dios no acepta nuestra repetida petición, y se niega a recibir nuestra oración, hemos de responder con el Primogénito entre muchos hermanos: “Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti;... mas no lo que yo quiero, sino lo que tú.”45 Cuando lleguemos al final de nuestro camino, si no antes, podremos decir: “No faltó palabra de todas las buenas promesas que Jehová había hecho.”

Cuando oramos pidiendo bendiciones espirituales nunca pedimos en vano. James Gilmour escribe a alguien que pide su consejo: “Lo único que sé del proceso es simplemente dirigirme a Dios y decirle lo que quiero, y pedirle que me permita tenerlo. “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis, llamad, y se os abrirá.” No conozco otro secreto que éste. Y repito: “Usted dice que quiere un avivamiento-acuda directamente a Jesús, y pídaselo directamente, y lo recibirá sin dilación. Este estado de avivamiento no es algo que usted se tiene que esforzar por obtener, o que necesita que otros le ayuden a lograr, o que necesita venir a Inglaterra para recibir. Jesús se lo puede dar en cualquier parte (y de hecho lo da en todas partes), cuando una mujer o un hombre, u hombres y mujeres se lo piden. “Pedid, y se os dará.” Mi querido hermano, he aprendido que el origen de muchas bendiciones es sencillamente acudir a Jesús y decirle lo que necesita.” Cierto presbiteriano escocés reporta que recibió más incremento de gracia en una tarde dedicada a la oración que durante todo el año anterior. Después de dos días de oración en los bosques de Anwoth, Samuel Rutherford recibió la piedrita blanca y el nuevo nombre para ser “un devoto ministro de Jesucristo.” Y cuántos de rodillas en un aposento alto han recibido el bautismo celestial y el testimonio de la lengua de fuego. Todos los almacenes de Dios se abren a la voz de fe.

 

Respuestas a oraciones

Es probable que las respuestas a las oraciones siempre produzcan su propio efecto en el suplicante; pero quizá no siempre pueda convencer a otros que las cosas que pasan se deben a una intervención directa de Dios. Veamos dos ejemplos, tomados casi al azar.

“Un amigo cristiano se lanzó cierta vez tras su muchacho que había caído en el desbordamiento de la inundación del río Wupper; y al saltar clamó: ‘¡Señor, enséñame a nadar!’ Nadó hábilmente, aunque nunca había probado hacerlo antes, y salvó a su hijo.”46

En cierta ocasión cuando una súbita y terrible tormenta de granizo caía sobre los campos, y era probable que causaría serios daños, una persona se apresuró a la habitación de Bengel y exclamó: ‘¡Ay, señor, todo será destruido, perderemos todo!’ Bengel, sin perder su compostura, se dirigió a la ventana, la abrió, levantó sus manos al cielo, y dijo: ‘Padre, detenlo; y la tempestad se calmó desde ese momento.”47

A menudo la recompensa a la oración es tan evidente que es imposible ignorar la relación entre la petición y la respuesta. Veamos como ejemplo el caso de instituciones de caridad fundadas por sus piadosos promotores apoyados en las promesas de Dios.

El Pietas Hallensis no es más que una enumeración de liberaciones otorgadas al Dr. Francke en conexión con los orfanatos en la ciudad de Halle. Iste es uno: “En otra oportunidad tenía necesidad de una gran suma de dinero, tanto que cien coronas no hubieran alcanzado, y ni siquiera veía la posibilidad de que recibiéramos cien monedas de un centavo. Vino el mayordomo y explicó cuántas necesidades teníamos. Le pedí que volviera después de la comida, y resolví pedir la ayuda del Señor en oración. Cuando volvió después de la comida, seguíamos con las mismas necesidades, así que le pedí que volviera a la noche. Entre tanto me había venido a visitar un amigo, nos unimos en oración, y me sentí impulsado a alabar y magnificar al Señor por sus tratos admirables para con la humanidad, aun desde el principio del mundo, y mientras oraba me vinieron a la mente los más notables ejemplos. Estaba tan inspirado alabando y magnificando a Dios que insistí en eso únicamente al llevar a cabo mis devociones, y no sentía ninguna inclinación por presentar las muchas ansiosas peticiones de ser librado de la presente necesidad. Mucho después, al retirarse mi amigo, lo acompañé hasta la puerta donde a un costado encontré al mayordomo esperando el dinero que necesitaba, y al otro costado, a una persona que traía ciento cincuenta coronas para el sostenimiento de la institución.

La historia de los orfanatos de George Mueller en Ashley Down está grabada vívidamente en la conciencia del cristianismo. El Sr. Mueller, entre sus muchas pruebas de fe, enfrentó una que era especialmente grave. Recordándola años después, conmemora la liberación del Señor, y agrega: “El único inconveniente que tuvimos en este caso fue que nuestra cena se demoró una media hora. Tal cosa, hasta donde yo recuerde, nunca había sucedido antes, y nunca ha vuelto a suceder.”

William Quarrier balanceaba las cuentas de los Hogares en Bridge de Weir todos los meses. Si en algún momento parecía probable que el balance daría pérdida, llamaba a sus compañeros de trabajo a la oración, e invariablemente recibían los fondos que necesitaban. Casi al final de su vida, testificó que nunca había estado ni una hora en deuda. “Al Dios que contesta a los orfanatos”, exclamó C. H. Spurgeon, “dejadlo ser Dios.”

 

Extensión de Reino

Menos tangibles, pero no menos evidentes, son las respuestas otorgadas a las oraciones en pro de la extensión del reino del Redentor sobre la tierra. Para ilustrar adecuadamente este punto sería necesario bosquejar la historia de la iglesia de nuestro Señor Jesucristo a través de los siglos. Uno casi desearía que éste fuera el principio y no el final de este pequeño tomo. ¡Cómo se amontonan en la memoria los ejemplos, y despierta la imaginación!

Por la oración, un puñado de “hombres sin letras e ignorantes”, con manos callosas por el remo y el timón, el azadón y la podadera, “revolucionaron el mundo” y extendieron el nombre de Cristo más allá de las fronteras del poder romano. Por medio de la oración, el fabricante de tiendas de Tarso ganó a los corintios corruptos a la pureza y la fe,48 sentó las bases permanentes del cristianismo occidental y levantó el nombre de Jesús en alto en el propio palacio de Nerón.

Las celdas en ruinas en muchas desiertas isletas de nuestros mares escoceses nos recuerdan las semanas y los meses de oración y ayuno por medio de los cuales los misioneros celtas, en el lapso de una generación, ganaron a Caledonia para Cristo.

Las oraciones de Lutero y sus colegas echaron vuelo a las grandes verdades del evangelio por toda Europa como si fueran en alas de ángeles.

Las llanuras y montañas de Escocia son en esta hora testigos de que una “hermosa reunión” entre un Cristo del pacto y una tierra dispuesta a aceptar su pacto fue el resultado de las oraciones de Welsh y Cargill, Guthrie y Blackadder, Peden y Cameron.

Antes de que irrumpiera el gran avivamiento en Gallneukirchen, Martin Boos pasó horas y días, y muchas veces noches, en solitarias agonías de intercesión. Después, cuando predicaba, sus palabras eran como llamas, y los corazones de la gente como paja.

Un sermón predicado en Clynnog, Caernarvonshire, por Robert Roberts, aparentemente fue la causa de un avivamiento que se extendió por todo Gales. Se dice que cientos de personas fueron salvas durante el mismo. Algunos días después, un amigo del predicador, John Williams de Dolyddelen, preguntó: “Dime Roberts, ¿de dónde sacaste ese maravilloso sermón?” “Ven aquí, John”, dijo Roberts, llevándolo a una pequeña sala, y siguió diciendo: “Fue aquí donde encontré el sermón al que te refieres-aquí en el piso, toda la noche, meciéndome hacia atrás y hacia adelante, en ratos con el rostro en tierra.”

¡Ah! es siempre así. Los que han guiado a muchos a la senda de justicia han laborado temprano y tarde con el arma llamada “Pura oración”.

Se cuenta de Joseph Alleine, quien era “infinitamente e insaciablemente celoso de la conversión de las almas”: “Mientras tenía salud se levantaba constantemente a las cuatro de la mañana o antes… Dese las cuatro hasta las ocho se la pasaba en oración, contemplación santa y cantando salmos, en lo cual se deleitaba mucho… A veces suspendía la rutina de sus compromisos parroquiales y dedicaba días enteros a estos ejercicios secretos, y con este fin planeaba estar solo en alguna casa vacía, o en algún lugar desierto en el valle.”

Se decía de William Grimshaw, el apóstol de Yorkshire: “Era su costumbre levantarse temprano a la mañana, a las cinco en el invierno, y a las cuatro en el verano, a fin de empezar su día con Dios.”

George Whitefield muchas veces pasaba noches enteras en meditación y oración, y con frecuencia se levantaba de la cama en la noche para interceder por las almas que perecían. Decía: “He pasado días y semanas enteras postrado en el suelo en oración tanto silenciosa como audible.”

El biógrafo de Payson observa que la “oración era la ocupación preeminente de su vida”, y él mismo solía asegurar con firmeza que le tenía lástima al cristiano que no podía comprender el significado de las palabras: “gemidos indecibles” (Rom. 8:26). Se cuenta de él que “gastó las tablas del piso donde ponía sus rodillas con tanta frecuencia y por tanto tiempo.”

En suma, toda obra de gracia que ha sido realizada en el reino de Dios fue empezada, alimentada y consumada por la oración.

“¿Cuál es el secreto de este avivamiento?” le preguntó alguien en 1905 a Evan Roberts. “No hay ningún secreto”, fue la respuesta, “es sólo…

‘Pedid, y se os dará’.”

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