El compromiso: Peticiones

 

“Hazme sensible a las verdaderas respuestas a los pedidos reales, como evidencia de un intercambio entre yo en la tierra y mi Salvador en el cielo.”
-Thomas Chalmers

Oh, hermano, ora; a pesar de Satanás, ora; dedica horas a la oración; mejor descuida a tus amigos que a la oración; mejor ayuna, y piérdete el desayuno, el almuerzo, té y cena-y el sueño también-que perderte la oración. Y no debemos hablar de la oración,
debemos orar con toda intensidad.” -
A. A. Bonar

“La lección principal en cuanto a la oración es simplemente ésta: ¡Hazlo! ¡Hazlo! ¡Hazlo! Quieres que te enseñen a orar. Mi respuesta es: ora y nunca desmayes, y entonces nunca fracasarás. No hay ninguna posibilidad de que suceda. No puedes fracasar… Un sentido de verdadera necesidad es la raíz misma de la oración.” -John Laidlaw

 

En cierta ocasión, cuando el Dr. Moody Stuart se encontraba en Huntly, Duncan Matheson lo llevó a visitar algunos creyentes realmente consagrados. Visitó, entre otros, a una anciana que era “toda una personalidad.” Antes de partir, oró con ella; y ella, como era su costumbre, enfatizaba cada petición con una exclamación o una muestra de asentimiento. Hacia el final de su oración, él pidió que Dios, de acuerdo con su promesa, le diera a ella “todas las cosas.” La anciana agregó: “¿todas las cosas? Bueno, eso sí que me levantaría el ánimo.”

La mezcla de consuelo y duda que revelaba el original comentario es característico de la fe de muchísimos hijos de Dios cuando se encuentran cara a cara con algunas de las grandes promesas relacionadas con la oración de fe. “Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis” (Mat. 21:22). “Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá” (Mar. 11:24). “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho” (Juan 15:7).

Es tan razonable pensar que Aquel quien no escatimó ni a su propio Hijo nos dará también con él todas las cosas; pero es tan difícil creer que lo hará. Como dice en otro lugar el Dr. Moody Stuart, la controversia es entre el grano de mostaza y la montaña: “La prueba es si la montaña enterrará al grano de mostaza o si el grano de mostaza echará la montaña al mar.” El grano de mostaza es tan pequeño, y la montaña tan grande, que la fe no se logra con tanta facilidad. Ciertamente es literalmente “el don de Dios.” Es una convicción divinamente implantada, el fruto de mucha instrucción y disciplina espiritual. Es ver con una luz más clara que la de la tierra.

 

Un modo de ser conformado a Cristo

La oración de fe, como la planta con raíces en suelo fértil, adquiere su virtud de un modo de ser que ha sido conformado a la mente de Cristo.

1. Se somete a la voluntad divina-“Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye” (1 Juan 5:14).

2. Se limita a los intereses de Cristo-“Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo” (Juan 14:13).

3. Ha sido instruido en la verdad-“Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho” (Juan 15:7).

4. Es energizado por el Espíritu-“Es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros” (Ef. 3:20).

5. Está entretejido con amor y misericordia-“Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas” (Mar. 11:25).

6. Va acompañado de la obediencia-“Y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él” (1 Juan 3:22).

7. Es tan firme que no acepta una negativa-“Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis, llamad, y se os abrirá” (Lucas 11:9).

8. Sale en busca de una respuesta y para apurarla¾“La oración eficaz del justo puede mucho” (Stg 5:16).34

 

La garantía de la fe

Pero, aunque la oración de fe brota de un modo de ser divinamente implantado, no hay nada misterioso en el acto de fe. Es sencillamente una seguridad que depende de una garantía adecuada.

 

(a) En primer lugar, la garantía de la fe es la Palabra de Dios. Las promesas de Dios son notas de crédito del banco del cielo, que son aceptadas a la vista. Hace un tiempo fue robado un paquete de notas del Banco de Inglaterra que no estaban firmadas, por lo que carecían de valor. Pero las promesas de Dios tienen por testigo la veracidad eterna, y han sido avaladas en la sangre de la cruz. No están sujetas a descuentos; los que las presentan recibirán el monto de su valor total. “Porque yo Jehová hablaré, y se cumplirá la palabra que yo hable.”

 

(b) La palabra de Dios se basa en el carácter divino. Por lo tanto se nos enseña a orar: “Oh Señor,…hazlo por amor de tu nombre.” Dios es nuestro padre y él sabe qué necesitamos. Él es nuestro Dios del pacto-nuestro propio Dios-y él nos bendecirá. Él es el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, y él le dará a su Hijo amado la herencia que compró con su sangre. Él es el origen de la bendición de quien procede el Consolador, y la oración que él inspira, él cumplirá.

En la intercesión de Daniel el profeta, tenemos una notable ilustración de una petición fundada en esta garantía doble. Él miró “atentamente en los libros el número de los años de que habló Jehová al profeta Jeremías, que habían de cumplirse las desolaciones de Jerusalén en setenta años.” Pero el profeta no basa su confianza sólo en la promesa; pide lo que le corresponde, según el carácter divino: “Ahora pues, Dios nuestro, oye la oración de tu siervo, y sus ruegos; y haz que tu rostro resplandezca sobre tu santuario asolado, por amor del Señor. Inclina, oh Dios mío, tu oído, y oye; y mira nuestras desolaciones, y la ciudad sobre la cual es invocado tu nombre; porque no elevamos nuestros ruegos ante ti confiados en nuestras justicias, sino en tus muchas misericordias. Oye, Señor; oh Señor, perdona; presta oído, Señor, y hazlo; no tardes; por amor de ti mismo, Dios mío; porque tu nombre es invocado sobre tu ciudad y sobre tu pueblo(Dan. 9:17-19).

 

Razones por las que debemos orar

Pero alguien pudiera objetar: Si nuestro Padre sabe todas las cosas de las que tenemos necesidad aun antes de que se las pidamos, y si es su voluntad darnos el reino, ¿es necesario que presentemos deliberadamente nuestras peticiones ante él? La respuesta más sencilla a esa pregunta es que se nos dice que lo hagamos. En el Antiguo Testamento leemos: “Esto dice Jehová Dios, aún me pedirá la casa de Israel que se los cumpla.” Y en el Nuevo Testamento: “Sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias.” Tenemos una iluminación impresionante de la obra de esta ley divina en el caso de Elías. Él había conservado una fe sin vacilación hacia Dios, y por ende había cumplido las únicas condiciones para asegurar y mantener la comunión con el Señor: “Vive Jehová de los ejércitos, en cuya presencia estoy.” Había logrado que Israel volviera a la alianza del pacto: “Viéndolo todo el pueblo, se postraron y dijeron: ¡Jehová es el Dios, Jehová es el Dios!” Había recibido y actuado basado en una promesa concreta: “Vé, muéstrate a Acab, y yo haré llover sobre la faz de la tierra.” Tenía la seguridad interna de que la respuesta de Dios a su continua y larga insistencia en oración ya estaba en camino: “Una lluvia grande se oye” (1 Reyes 18:15,39, 41). No obstante, no dejó de orar-no pudo hasta que los cielos se oscurecieron por la tormenta que se avecinaba.

Podemos, no obstante, sugerir ciertas razones por las que debemos particular e importunamente implorar las bendiciones que ya son nuestras en Cristo.

(1) Por la oración, nuestra continua y humilde dependencia de la gracia de Dios es asegurada. Si las concesiones del pacto nos vinieran sin ser solicitadas, como sucede con los dones de la naturaleza, podríamos sentirnos tentados a independizarnos de Dios a decir: “Mi poder y la fuerza de mi mano me han traído esta riqueza”35 (Deut. 8:17).

(2) El Señor anhela tenernos en mucha comunión con él.36 La reticencia del corazón carnal a morar en la presencia de Dios es terrible. Preferimos hablar de él que a él. con cuánta frecuencia encuentra ocasión para reprendernos, diciendo: “Los compañeros escuchan tu voz; motívame haz que yo la escuche.” Un padre de familia atesorará los garabatos mal deletreados y borroneados de su pequeño porque son una promesa y un sello de amor.37 Y valiosos a los ojos del Señor son las oraciones de sus santos.

(3) A menudo, mucho, muchísimo tiene que suceder en nosotros antes de ser aptos para emplear dignamente los dones que anhelamos. Y mayormente, Dios efectúa esta preparación del corazón demorando su respuesta inmediata a lo que pedimos, y manteniéndonos de tal manera en la verdad de su presencia hasta haber obtenido una comprensión espiritual de la voluntad de Cristo para nosotros en este respecto. Si un amigo, de viaje (Lucas 11:6), se acerca a nosotros hambriento, queriendo que le demos el pan de vida, y no tenemos nada que ofrecerle, tenemos que recurrir al Señor que tiene almacenado todo tipo de bendiciones. Y si parece que se niega a darnos nuestra petición diciendo: “No me molestes”, es sólo a fin de que podamos comprender la naturaleza de la bendición que anhelamos y seamos aptos para dispensar bien la riqueza de Dios.

(4) Una vez más, somos llamados a ser colaboradores juntamente con Dios en oración, como en todos los demás ministerios. El Salvador exaltado vive para interceder, y a su pueblo redimido dice: “Quedaos aquí, y velad conmigo” (Mat. 26:38). Hay una gran obra que realizar en el corazón de los hombres, hay una fiera batalla que librar con la impiedad espiritual en lugares celestiales. Los demonios deben ser echados fuera, el poder del infierno debe ser frenado, las obras del diablo deben ser destruidas. Y en todas estas cosas, es por la oración más que por cualquier otro medio que podemos colaborar con el Capitán de las huestes del Señor.38

El yo es olvidado

Cuando la oración se eleva a su mejor nivel, el yo, con todas su preocupaciones y necesidades es olvidado por el momento, y los intereses de Cristo llenan, y a veces desbordan, el alma. Es entonces que la oración se hace más urgente e intensa. Se decía acerca de Lutero que oraba “con tanta reverencia como si estuviera hablando con Dios, y con tanta audacia como si estuviera hablando con un amigo.” Alguien comentó acerca de las oraciones de Guthrie de Fenwick que “cada palabra llenaría una medida de maíz.” Livingstone reporta acerca de Robert Bruce diciendo que en sus oraciones “cada frase era como un poderoso relámpago enviado al cielo.” El biógrafo de Richard Baxter nos dice que cuando alistaba su espíritu para orar, se remontaba de inmediato al cielo. Y se habla en términos similares del Arzobispo Leighton que “su manera de orar era tan intensa e importuna que daba pruebas de que su alma se remontaba a Dios en la llama de sus propias aspiraciones.” Henry Martyn nota en su diario que, habiendo apartado un día para el ayuno y la humillación, comenzó a orar pidiendo el establecimiento del reino divino sobre la tierra, mencionando particularmente a India. Recibió tanta plenitud, y tanta energía y tanto placer en la oración, como nunca antes había experimentado. Agrega: “Mi alma entera luchó con Dios. No sabía cómo dejar de clamarle que cumpliera sus promesas, principalmente implorándole su propio glorioso poder.”

¿Cuánta de la regeneración de ;frica Central se la debemos a las oraciones de David Livingstone? Il no vivió para ver la sanidad de “la herida abierta”; no le fue dado conocer el avance de la cultura cristiana del “continente negro”. Pero el registro de sus oraciones se encuentra en las alturas. Sus diarios dan leves indicaciones de sus solitarias vigilias, sus intercesiones todos los días y noches. Vivía orando por ;frica, Y cuando sintió el frío de la muerte en su cuerpo, se bajó de la cama y poniéndose de rodillas en el suelo de la tosca choza de paja en la aldea de Chitambo en Illala, su alma se remontó a Dios en oración. Murió, nos informa su compasivo biógrafo: “en el acto de orar una oración ofrecida en esa actitud de reverencia que siempre lo caracterizó; encomendando a su propio espíritu, al igual que a todos sus seres queridos, en las manos de su Salvador, y encomendando a ;frica, su querida ;frica con todos sus sufrimientos, sus pecados e injusticias, al Vengador de los oprimidos y el Redentor de los perdidos.”

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