El compromiso: Adoración

“Te alabamos… te damos gracias por tu grande gloria, Oh, Señor Dios.”

-Libro de oración común.

“Alabadle, alabadle siempre por recordar el polvo de la tierra .”
-Morgan Rhys.

“Cuando hayas cerrado tu puerta, ORA.” La palabra usada aquí, esa palabra que con más frecuencia se usa en el Nuevo Testamento para referirse a la oración, implica un anhelo hacia; y aunque sugiere petición, es suficientemente general como para incluir la totalidad de nuestro compromiso en el lugar secreto: Adoración, confesión, petición. En este capítulo hablaremos del primero de estos: Adoración.

Cuando Escipión Africano hizo su entrada en Roma, después de haber conquistado la orgullosa ciudad de Cartago, marchó por la Vía del Triunfo, cruzó por las pendientes del Velia, pasó reverentemente por la antigua Vía del Sacrificio, luego subió la larga cuesta al Capitolio, arrojando a mano llenas “los obsequios del victorioso”, mientras el aplauso del gentío irrumpía en todo el ambiente. Entre las multitudes felices, probablemente habría algunos cuyo sentimiento más evidente era de gratitud por la liberalidad del conquistador en esa hora de triunfo. Otros festejaban el final de los años de terror, y pensaban con emoción en los hermosos campos de Italia, liberados ahora del yugo del extraño. En cambio otros, olvidando por el momento los beneficios personales o el engrandecimiento nacional, aclamaban las cualidades personales del victorioso: su habilidad, su benevolencia, su valentía, su cortesía.

Similarmente, el tributo de alabanza que se indica que rindan los santos al Señor puede surgir ya sea (a) del reconocimiento de sus misericordias diarias, o (b) de gratitud por la gran redención o (c) de la contemplación de la perfección divina.

 

(a) Reconozca las misericordias diarias

“La memoria”, dice Aristóteles, “es el escriba del alma.” Saque ella sus tablas y escriba. Fraser de Brea, siendo en un tiempo prisionero en nombre de Cristo en la isla de Bass, resolvió que buscaría y registraría las tiernas misericordias de Dios. Así lo hizo con muy felices resultados para su propio espíritu. Dice: “Recordar y meditar seriamente en los tratos del Señor conmigo en relación con mi alma y cuerpo, sus múltiples misericordias, me ha hecho mucho bien, me ha aclarado mi caso, ha confirmado a mi alma el amor de Dios y mi interés en él y me ha hecho amarle. Oh… qué fuentes de agua han visto mis ojos, que antes estaban escondidas. No ha habido cosa que me hiciera más bien que esto.” Tomémonos la molestia de observar y considerar los tratos del Señor con nosotros, y ciertamente recibiremos nuevos conceptos de su bondad y verdad que enriquecerán nuestra alma. sus misericordias son nuevas cada mañana. Hace las puestas del sol para que nos regocijemos. Sus pensamientos acerca de nosotros son tantos como las arenas en la playa, y todos son pensamientos de paz. Esos beneficios que se repiten con tanta regularidad que nos parecen “comunes” y “ordinarios”, que penetran con hilos de oro nuestro quehacer cotidiano, deberían ser conmemorados con cariño. Porque, con frecuencia, son indescriptiblemente grandes. “He vivido hoy el placer más exquisito que jamás he tenido en mi vida”, dijo un joven inválido, “pude respirar libremente durante unos cinco minutos.” en la casa del Dr. Judson en Birmania, unos amigos dialogaban sobre la forma más elevada de felicidad que podría surgir de las circunstancias externas, y cada uno daba fuerza a su propia opinión citando a alguna autoridad. Opinó el Dr. Judson, quien había estado recordando su terrible encarcelamiento en Ava: “Estos hombres no tienen autoridad para juzgar. ¿Qué le parece navegar por el río Irrawandi una noche fresca de luna, con su esposa a su lado y su infante en sus brazos libres, todos libres? Pero esos tampoco lo pueden comprender; Necesitarían veintiún meses para estar calificados; y no lamento mis veintiún meses de miseria cuando recuerdo aquella deliciosa emoción. Después de eso, creo que tengo un mejor aprecio de lo que puede ser el cielo.” Pero, ¿cuántas veces agradecemos a Dios por el mero gozo de poder vivir contando libre y sanamente con todas nuestras facultades?

“El río pasó, y de Dios se olvidó”, es un proverbio inglés que jamás debe aplicarse a los que han gustado de la generosidad del Señor. “En los íntegros es hermosa la alabanza” (Sal. 33:1) es el juicio del Antiguo Testamento; “Dad gracias en todo” (1 Tes. 5:18) es la decisión del Nuevo. Aun un pagano se sintió movido a decir: “¿qué puedo hacer yo, un viejo cojo, más que cantar sus alabanzas y exhortar a otros a hacer lo mismo?”27 Por la hermosura de la naturaleza, la comunión de los buenos, el tierno amor del hogar; por protección en la tentación, la fuerza para vencer, ser librados del mal; por la generosidad, paciencia y compasión de Dios; y por los diez mil miles de misericordias no observadas o no recordadas, sin desmayar bendigamos su Santo Nombre. “Alabad a Jehová, porque él es bueno, porque para siempre es su misericordia” (Sal. 136:1).28

¿Pero si las cosas nos van mal, y las pruebas oscurecen nuestro cielo, ¿hemos aun entonces dar gracias y bendecir a Dios? Por cierto que sí.

“Las pruebas endulzan la promesa;

Las pruebas dan nueva vida a la oración;

Las pruebas me traen a sus pies, en adoración y me mantienen allí.”

Demos gracias a Dios por nuestras pruebas. Moramos, quizá, en una tierra angosta. Pero, como el jardín de Emanuel Kant, “su altura es sin fin”. El aire es fresco y brilla el sol. El invierno es frío, pero manso. Con la primavera viene el canto de los pájaros y se abren y dan su fragancia las flores. Y si, aun en el verano, el aire está frío, siempre está la sonrisa de Dios que da salud. Por otra parte, cuán cierta es la afirmación de Agustín: “Las riquezas terrenales están llenas de pobreza”. La abundancia de grano y vino nunca satisfarán al alma hambrienta. La púrpura y el lino fino probablemente escondan una vida en harapos. El toque estruendoso de la trompeta de la fama no puede apagar las discordancias del espíritu. La mejor noche que jamás pasó Jacob fue aquella cuando tuvo una roca por almohada y los cielos como cortinado de su tienda. Cuando a Job lo despreciaron jóvenes, cuyos padres él ni hubiera sumado a los perros de su manada, fue hecho un espectáculo para los ángeles y fue el tema de su admiración y gozo. El fracaso que Adán tuvo en el Paraíso, el Redentor quitó en la desolación del desierto y en la angustia de su pasión. La cruz que somos llamados a cargar puede ser pesada, pero no la tenemos que cargar lejos. Y cuando Dios nos ordena que la dejemos, empieza el cielo.

Crisóstomo, camino al destierro, exclamó: “Gracias a Dios por todo.” Si lo imitamos nunca tendremos un día malo. Alejandro Simson, famoso pastor escocés que vivió hace doscientos años, un día salió a caminar, se cayó y rompió la pierna. Lo encontraron “sentado con su pierna rota en el brazo, y exclamando sin parar: ‘Bendito se al Señor; bendito sea su nombre.’” Y en realidad fue sabio, ya que todas las cosas ayudan a bien a los que aman a Dios. Richard Baxter encontró razón para bendecir a Dios por la disciplina del dolor que soportó durante treinta y cinco años. Y Samuel Rutherford exclama: “¡Oh, cuánto le debo al horno, a la lima y al martillo de mi Señor Jesús!”

 

(b) Gratitud por la redención

Pero todas nuestras misericordias, vistas correctamente, llevan nuestro pensamiento nuevamente a nuestra aceptación de Cristo. El río del agua de vida, que alegra al desierto, fluye de debajo del trono de Dios y del Cordero. Los beneficios de ese generoso pacto que ha sido ordenado son confirmados todos por sello de sangre para nuestro uso y placer. “No hay don que su mano otorgue que no le haya causado dolor a su corazón .”

Quizá no haya más agua en la botella, pero la Fuente del Juramento fluye fresca al alcance de la mano, tan cerca que podemos oír la música de su corriente. Los ladrones pueden robarnos nuestro dinero, “pero nuestro oro está en nuestro baúl en casa”. Dios nos puede quitar mucho de lo que amamos, pero ¿no nos ha dado a Cristo? Y sea como fuere que la oración de gratitud circule adentro y afuera entre las generosas providencias de Dios, infaliblemente terminará descansando a los pies del Señor.

Pero alabar a Cristo es un ejercicio arduo. Lo que Thomas Boston dice de la predicación se aplica también a la alabanza: “Consideré que predicar a Cristo es la cosa más difícil porque, aunque todo el mundo está lleno de maravillas, aún hay cosas más profundas para explorar.” Y considerándolo así, dejó pendiente esta “petición” delante de Dios por largo tiempo: “Que pudiera ver a Cristo por iluminación espiritual.” Tan ansioso estaba porque su ruego fuera aceptado, y tan doloroso para su alma era su ignorancia de Cristo que su salud corporal empezó a afectarse. No obstante, como nos dice él, había momentos cuando su alma rebozaba de amor hacia Cristo, siguiéndolo con todo su ser, de modo que “experimentó mucho contentamiento, regocijo y dulzura en él.”

La Pascua se celebraba en Israel la noche antes de la gran liberación, que fue desde entonces una “noche a ser conmemorada para el Señor”. Conmemoremos con frecuencia nuestra redención de una esclavitud más amarga que la de Egipto. Juan Bunyan da este sano consejo a sus “queridos hijos”. “Recuerden los días y años de tiempos antiguos; recuerden también sus cantos en la noche y tengan comunión con sus propios corazones. Sí, busquen diligentemente, y no dejen allí rincón sin buscar ese tesoro escondido, el tesoro de su primera y segunda experiencia de la gracia de Dios hacia ustedes; recuerden, les digo, la palabra que por primera vez los cautivó; recuerden los terrores de la conciencia y el temor a la muerte y al infierno; recuerden también sus lágrimas y oraciones a Dios-sí, cómo suspiraban debajo de cada cobertizo queriendo misericordia! ¿No tienen nunca un monte Mizar para recordar? ¿Han olvidado la cámara, la casa de ordeño, el establo, el galpón y los demás lugares donde Dios visitó sus almas? Recuerden también la palabra-la palabra, les digo, con la que el Señor les hizo tener esperanza.”

 

Es correcto también que examinemos las riquezas y la gloria de la herencia de la cual hemos sido hechos partícipes. La sangre de Cristo, la gracia del Espíritu y la luz del rostro divino son “tres joyas de más valor que el cielo. El nombre de Cristo contiene diez mil tesoros de gozo.29 Quizá la forma más aceptable de adoración y la incitación más rápida a la alabanza, cuando recordamos las misericordias que se nos aseguran en la sangre de un pacto eterno”, es el acto de apropiación, por medio del cual nos hacemos herederos de la posesión adquirida que ya es nuestra en Cristo. El Dr. Chalmers fue uno de los que descubrió este secreto a voces. En su diario encontramos con frecuencia expresiones como éstas: “Empecé mis primeros minutos cuando desperté aferrándome confiadamente a Cristo como mi Salvador. Un día de gran quietud.” “Sea el apropiarme de Cristo como mi propiciación, la acción inicial inquebrantable de cada mañana.” “Empecé nuevamente el día con un acto de confianza, pero, ¿por qué no una confianza perenne en el Salvador?” “He recurrido con más frecuencia a los actos de fe en Cristo, y no me cabe duda de que este hábito me llevará por el camino correcto.” “Volviendo al tema de una gran confianza y fe en las promesas del Evangelio, actuaré en base al mandato: ‘Abre tu boca, y yo la llenaré.’”

 

Es también nuestro placentero deber repasar con agradecimiento todas las sendas en que el Señor nos ha guiado. Otto Funcke ha titulado bellamente su breve autobiografía: “Las huellas de Dios en la senda de mi vida.” La senda de la dirección divina puede llevar desde las aguas amargas de Mara a la umbrosa sombra de las palmeras de Elim. Puede pasar por el cálido desierto, pero avanza hacia el Monte de Dios. Puede descender al valle de sombra de muerte, pero nos sacará y llevará a la placentera tierra de las promesas de Dios-“Una tierra de grano y vino y óleo, favorecida por la sonrisa característica de Dios, bendecida por toda bendición.”

 

Y en esa “senda correcta” de la conducta divina, siempre está la confortante y adorada presencia de nuestro Gran Dios y Salvador. No es posible recordar las misericordias de la senda y no recordarle a él. Él tomó, con una mano traspasada, la amarga copa, y la bebió, hasta que sus labios estuvieron empapados de nuestro dolor y condenación. Y ahora la copa de amargura se ha tornado dulce. Donde puso su pie, el desierto se regocijaba, y los lugares desperdiciados de nuestra vida empezaron a dar frutos como el Monte Carmelo. Una huella tosca bajo nuestros pies se perdía oscuramente en la noche, pero el tierno amor de su presencia fue como una lámpara a nuestros pies y lumbera a nuestro camino. Su nombre es fragancia, su voz es música, su rostro es sanidad. El Dr. Judson, estando enfermo de muerte, tuvo una maravillosa entrada al reino de la alabanza. Exclamaba, de pronto, mientras las lágrimas corrían por su rostro: “¡Oh, el amor de Cristo! ¡El amor de Cristo! No podemos comprenderlos ahora, pero qué hermoso estudio para la eternidad.” A pesar de que sufría constante e intenso dolor, exclamaba una y otra vez en un éxtasis santo: “¡Oh, el amor de Cristo! ¡El amor de Cristo!”

Tales alabanzas se elevan hasta que se entremezclan con la gloria del cántico nuevo que llena el santuario del Altísimo: “Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tu fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación; y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra” (Apoc. 5:9, 10).

 

(c) Contemplación de la perfección divina

Y así, la alabanza dirigida a Dios en el nombre y la memoria de Jesucristo se eleva inevitablemente en adoración. Y aquí, con mayor frecuencia, “la alabanza es silenciosa”. Isaías, llevado por fe al santuario interior, extasiado se sumó a la adoración del serafín y al espíritu de adoración sin fin al Trino Dios-“Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos: toda la tierra está llena de su gloria” (Isa. 6:3). Los ángeles heraldos cantaron en las praderas de Belén el canto del cielo: “Gloria a Dios en las alturas!”; y nuestro triste mundo oyó, y fue confortado. “Ángeles; ayúdenos a adorarle; Ustedes lo contemplan cara a cara!”

Pero aun estas brillantes inteligencias no pudieron expresar toda la alabanza del Señor.30

Se comenta que John Janeway, en su hora secreta de oración, muchas veces no sabía si estaba “en el cuerpo o fuera del cuerpo”. Tersteegen le dijo a unos amigos que lo rodeaban: “Estoy sentado aquí hablando con ustedes, pero en mi interior está la adoración eterna, sin cesar e imperturbable.” Woodrow relata que en cierta ocasión el Sr. Carstairs fue invitado a participar de los cultos de comunión en Calder, cerca de Glasgow. Fue ayudado maravillosamente “sintiendo un fuerte y extraño viento durante todo el sermón.” Sus oyentes sintieron su impacto; la gloria pareció llenar el lugar. “Un creyente que había estado a la mesa y había tenido que salir del templo, queriendo volver a entrar no pudo por un rato, quedándose afuera de la puerta, absorto por casi media hora en los pensamientos de esa gloria que había adentro, no pudiendo pensar en otra cosa.”

El Dr. A. J. Gordon describe el impacto que tuvo sobre su mente un diálogo con Joseph Rabinowitz, a quien el Dr. Delitzsch consideraba el converso judío más notable desde Saulo de Tarso: “No olvidaremos el resplandor en su rostro cuando explicaba los salmos mesiánicos en nuestro culto matutino o vespertino, y cómo, cuando aquí o allí captaba un vislumbre del Cristo sufriente o glorificado, levantaba súbitamente las manos y la vista al cielo en un arranque de admiración, exclamando como Tomás después de ver las huellas de los clavos: ‘¡Mi Señor y mi Dios!’”

En muchos de nosotros la emoción puede ser débil, y el éxtasis espiritual puede ser cosa rara. El amor a Cristo quizá se expresó más naturalmente en una conducta correcta que en un tumulto de alabanza. Pero es probable que a cada creyente sincero se le otorgan temporadas de comunión cuando, al volverse hacia la gloria invisible, el velo de los sentidos se hace transparente y parece contemplar dentro del Lugar Santísimo el Rostro y la Forma de Aquel que murió por nuestros pecados, que se levantó para nuestra justificación, que ahora nos espera a la diestra de Dios. Pero aún así, nunca hemos de olvidar que la adoración no es únicamente tener emociones placenteras. Por la ley de su propia naturaleza vuelve a pedir nuevamente: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre” (Mat. 6:9).

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