Capitulo 6

P = Perseverancia de los Santos

¿Puede uno perder su salvación? Esta es otra pregunta fastidiosa en la vida de muchas personas. Veamos si podemos descubrir la enseñanza Bíblica concerniente al tema de la seguridad eterna, la cual es a veces llamada la perseverancia de los santos.


Para responder la cuestión de la seguridad de nuestra salvación, deberíamos comenzar con una comprensión de la naturaleza de la salvación que Dios ha provisto para nosotros. La descripción Bíblica del hombre no salvo es que el tal es un pecador; es un esclavo de Satanás tanto en cuerpo como en alma. El es totalmente rebelde contra Dios. En la totalidad de su ser está pervertido y destituido espiritualmente (Jeremías 17:9, Romanos 3:11-20, Efesios 2:1-3). Como resultado de su pecado, se encuentra bajo sentencia de muerte. La Biblia declara en Romanos 6:23, "La paga del pecado es muerte". La naturaleza de esa muerte es no solamente muerte física, sino es estar eternamente bajo la ira de Dios. No hay manera de llegar al santo cielo de Dios a menos que el castigo por el pecado, la condenación eterna, haya sido pagado primero.

¿De qué nos ha salvado Dios?
Esto nos lleva a la naturaleza de la salvación que Dios ha provisto para quienes son salvos. Cristo vino como el Mediador, el Redentor, nuestro sustituto, a pagar por nuestros pecados. A efecto de que El pagara por nuestros pecados, fué necesario que El fuese hombre porque fueron los hombres quienes pecaron, y por tanto el hombre debe pagar la pena del pecado. Fué necesario que El fuera Dios porque de haber sido menos que Dios, El hubiera tenido que permanecer en el infierno para siempre jamás y sufrir la aplastante y terrible ira de Dios al procurar pagar por nuestros pecados.

Como nuestro Mediador, El se hizo pecado por nosotros (II de Corintios 5:21). Es decir, El cargó sobre sí mismo todos los pecados, la naturaleza pecaminosa completa, de quienes han puesto su confianza en El. Como nuestro sustituto, cargado con nuestros pecados, El enfrentó el trono del Juicio de Dios y fué considerado culpable.

Porque El se hizo culpable por nuestros pecados, Dios derramó sobre El la ira que nosotros deberíamos sufrir eternamente en el infierno. Solamente porque Jesucristo era el Dios-hombre pudo El sufrir tan intensamente tanto que en tres días y tres noches de la expiación, pudo pagar completamente por todos nuestros pecados. ¡Oh qué maravilloso Salvador es El!

Nosotros, por lo tanto, que hemos experimentado esta salvación, ahora estamos delante de Dios como si hubiésemos pasado la eternidad en el infierno pagando por nuestros pecados.
El criminal que es liberado de la prisión después de haber pagado el precio total demandado por la ley por su crimen, queda delante de la ley sin culpa por ese crimen.

Del mismo modo, después que venimos a ser salvos, la ley de Dios nunca más puede hacer demandas sobre nosotros por nuestros pecados. Nunca más hay manera que podamos ser culpados delante de Dios porque nuestro Salvador nos ha expiado todos los pecados que hemos cometido y todo pecado que cometeremos. Cristo nos rescató del infierno pagando el precio del infierno por nosotros. Por tanto, la Biblia declara que "Ahora pues ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús" (Romanos 8:1). Estamos en El porque El fué nuestro sustituto. Cuando nuestro Señor Jesús fue a la cruz fue como si éramos nosotros quienes estábamos allí colgados experimentando la ira de Dios por nuestros pecados.

Puesto que Cristo pagó por todos nuestros pecados, no hay modo como podamos cometer un pecado que nos cause el perder nuestra salvación. Cualquier pecado que pudiéramos hacer fue ya anticipado por Cristo cuando El pagó por nuestros pecados. Como enseña Juan 5:24, no venimos a condenación. Por tanto, estamos eternamente seguros en Cristo. Una vez salvos, nunca podemos perder esa salvación porque todos y cada uno de los pecados que cometemos han sido cubiertos por la sangre de Cristo.
 
Tenemos Vida Eterna
La Biblia enseña que como resultado de nuestra salvación algunos cambios han ocurrido en nosotros que tienen consecuencias eternas y que enfatizan adicionalmente que nunca podemos perder nuestra salvación. Juan 3:15 dice que tenemos "vida eterna". Si Cristo fué a la cruz precisamente para darnos vida, imaginablemente podríamos cometer un pecado y perder esa vida; pero por razón de que El nos ha dado vida eterna, por la propia naturaleza de aquello que es eterno, esta vida debe ser para siempre jamás. Así, no existe pecado que pudiéramos cometer que nos cause el perder la vida eterna. La declaración de que tenemos vida eterna implica que nunca podemos perder nuestra salvación.

Vida eterna no es meramente un término filosófico que no tiene sustancia real. Al contrario, se refiere a algo que se ha hecho muy sustantivo y real en nuestras vidas. Se relaciona al hecho de que en una muy importante parte de nuestra personalidad, nosotros que somos salvos hemos sido hechos nuevas criaturas. Hemos sido resucitados del estado de muerte espiritual a vida eterna.

La Biblia enseña que en nuestro ser esencial somos cuerpo y alma; somos personalidades totalmente integradas. La Biblia usa algunas veces la palabra "espíritu" al hablar de la esencia inmaterial o espiritual del hombre. Cuando el hombre tiene existencia consciente, como todos la tenemos a este lado de la tumba, no podemos ver el alma del hombre.

Al momento de la muerte de un individuo, sin embargo, la separación del alma y del cuerpo ocurre. En un momento hay una personalidad completa, que consiste de cuerpo y alma, y en otro momento hay solamente el cuerpo, que no tiene vida en sí. El alma es una parte tan real de ese individuo como su cuerpo, pero el alma se separó y abandonó el cuerpo.

Un ejemplo de la separación de alma y cuerpo se ve en la muerte del ladrón en la cruz. Jesús dijo al ladrón: "Hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lucas 23:43). Un poco más tarde Jesús declaró: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lucas 23:46). Poco después, el cuerpo de Jesús fue colocado en la tumba. El cuerpo del ladrón fué también sepultado, pero tanto Jesús como el ladrón estaban presentes con el Padre en los Cielos. Fueron allá en su ser espiritual.

El apóstol Pablo habló de esta separación cuando, bajo la inspiración del Espíritu Santo, enfatizó que él tenía el deseo de "partir del cuerpo, y estar presentes al Señor" (II de Corintios 5:8). Una vez más, en Filipenses 1:23-24 él confiadamente afirmó: "teniendo deseo de ser desatado, y estar con Cristo, lo cual es mucho mejor: Empero quedar en la carne es más necesario por causa de vosotros". Adicionalmente, leemos en Apocalipsis 20:4 "...las almas de los degollados por el testimonio de Jesús, y por la palabra de Dios, ... vivieron y reinaron con Cristo...".

La razón de que el creyente puede ir y va inmediatamente al Cielo cuando muere es que al momento de su salvación, él recibe la resurrección de su alma. Antes de la salvación, tanto en cuerpo como en alma, él está muerto espiritualmente. Vimos esto claramente en el Capítulo 2, "Depravación Total". I de Pedro 4:6 declara que, "Por esto también ha sido predicado el evangelio a los muertos". Obviamente, el Evangelio no es predicado en un cementerio donde los cuerpos yacen; al contrario, se predica en todo el mundo a quienes están espiritualmente muertos. Cuando una persona llega a ser salva, experimenta una resurrección; esta verdad gloriosa se enseña incisivamente en la Biblia. En Colosenses 3:1 Dios declara, "Si habéis pues resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios". Nuestro Salvador experimentó la resurrección cuando se levantó de la tumba. Puesto que somos resucitados con Cristo, nosotros, también, hemos experimentado la resurrección.

En Efesios 2:4-6, Dios dice:

"Empero Dios, que es rico en misericordia,
por su mucho amor con que nos amó,
Aun estando nosotros muertos en pecados,
nos dió vida juntamente con Cristo;
por gracia sois salvos;
Y juntamente nos resucitó, y asimismo
nos hizo sentar en los cielos con Cristo Jesús".

Cúan hermosamente Dios enseña que hemos sido resucitados con Cristo. Puesto que Cristo resucitó, es decir, El ha experimentado la resurrección, y puesto que nosotros resucitamos con El, nosotros, también, hemos experimentado la resurrección.


¿En qué parte de nuestra personalidad hemos experimentado la resurrección? No es en nuestros cuerpos. Nuestros cuerpos van a la tumba al morir a esperar la resurrección en el último día. I de Corintios 15 trata del maravilloso evento de la resurrección de nuestros cuerpos.


Fué en nuestra alma o esencia espiritual donde hemos experimentado la resurrección, por lo cual es que al momento de su muerte física, el creyente puede ir inmediatamente a la presencia de Dios. Al morir, él no puede entrar al Cielo para estar con Dios en su cuerpo porque su cuerpo todavía no es un cuerpo espiritual perfecto, resucitado (I de Corintios 15:42-44), pero en su alma o espíritu él puede entrar inmediatamente al Cielo. Su alma fue resucitada desde el momento de su salvación.


Esta resurrección es llamada la primera resurrección en Apocalipsis 20:5-6, donde Dios explica por qué las almas de los mártires pueden vivir y reinar con Cristo. Los mártires ya han experimentado la resurrección de sus almas, la primera resurrección, y por tanto, pueden ir a la presencia santa de Dios inmediatamente al morir. A este respecto, en Apocalipsis 20:6, Dios enfatiza cinco características de aquellos que han experimentado la primera resurrección:

1. Son bienaventurados.
2. Son santos.
3. En los tales la muerte segunda no tiene ningún poder. (Dios enseña en Apocalipsis 20:14 que la muerte segunda es el infierno).
4. Ellos son sacerdotes de Dios.
5. Ellos reinan con El.

Todas las cinco características se aplican a quienes han sido salvos. Somos bienaventurados. Por ejemplo, en lo que a veces se llama "Las Bienaventuranzas", en Mateo 5, nuestro Señor habla de varias maneras cómo los creyentes son bienaventurados. Se nos dice en I de Pedro 2:9 que somos una "nación santa". Se nos dice que no experimentaremos la muerte segunda, que es el infierno, en Romanos 8:1, "Ahora pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús". Se nos dice que somos sacerdotes de Dios en I de Pedro 2:9, donde Dios dice vosotros sois "real sacerdocio" (vea también Apocalipsis 5:10). Reinamos con El. Efesios 1:20-22 nos muestra que Cristo está sentado a la diestra de Dios, reinando sobre todo en esta era y en la era por venir, y en Efesios 2:6 declara que estamos sentados con El.


Nosotros, también, estamos reinando al servirle como Sus embajadores en la tierra. Apocalipsis 5:10, "Y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra". Así, sabemos que la primera resurrección se aplica a quienes han experimentado la salvación.


Esto explica por qué el creyente tiene dentro de sí mismo un gran amor por Dios y un deseo ardiente de hacer la voluntad de Dios. Leemos en I de Juan 3:9, "Cualquiera que es nacido de Dios no hace pecado, porque su simiente está en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios". En nuestra alma hemos experimentado el nuevo nacimiento, hemos sido nacidos de lo alto, hemos experimentado la resurrección, hemos llegado a ser nuevas criaturas. Por lo tanto, en nuestra alma, jamás volveremos a pecar.


Es solamente porque nuestros cuerpos no han experimentado la resurrección que todavía somos perturbados por el pecado. En nuestros cuerpos, que son parte tan real como nuestra alma, todavía codiciamos el pecado, y por consiguiente se nos ordena crucificar la carne y sus deseos. En nuestra alma, donde ya hemos experimentado la resurrección, y que es parte real nuestra como lo es el cuerpo, nunca desearemos pecar otra vez. A través del apóstol Pablo, Dios habla acerca de esta lucha en la vida de un hijo de Dios, en Romanos 7:21-24:

"Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley:
Que el mal está en mí.
Porque según el hombre interior, me deleito
en la ley de Dios:
Mas veo otra ley en mis miembros,
que se rebela contra la ley de mi espíritu,
y que me lleva cautivo a la ley del pecado
que está en mis miembros.
¡Miserable hombre de mí! ¿Quién me librará
del cuerpo de esta muerte?

Cuando nos damos cuenta que el hijo de Dios ha experimentado la resurrección, podemos comprender el conflicto que continúa en la vida de quien ha sido salvo. También podemos comprender por qué la Biblia declara en I de Pedro 4:6 que los creyentes estaban entre aquellos a quienes les fue predicado cuando se hallaban espiritualmente muertos y ahora "viven en espíritu según Dios". En nuestro espíritu o alma hemos experimentado la resurrección, y por tanto podemos vivir para Dios.


Podemos comprender por qué Dios declara en I de Tesalonicenses 3:13 que cuando Cristo venga, vendrá con todos Sus santos. Esta verdad es recalcada más en I de Tesalonicenses 4:14, donde Dios promete que a la venida de Cristo, "traerá Dios con él a los que durmieron en Jesús". Aquellos que han sido salvos, eventualmente mueren; es decir, duermen, para usar el lenguaje bíblico. Sus cuerpos son colocados en tumbas para esperar la resurrección del día final, más en sus almas ellos continúan en vida eterna. La muerte es simplemente el tiempo cuando cambian de residencia. Al morir dejan sus cuerpos y continúan viviendo y reinando con Cristo en el Cielo.


Todas estas verdades maravillosas y promesas son ciertas y seguras porque en la salvación recibimos vida eterna. ¡Qué estupenda es la gracia de Dios por haber provisto esa salvación tan magnífica! Ciertamente podemos ver que cualquiera que es verdaderamente salvo está eternamente seguro.


Aquellos que permanecen sin salvación y mueren en sus pecados igualmente tienen una separación de alma y cuerpo al morir. Sin embargo, en su alma no pueden ir a la presencia de Dios porque no han experimentado la resurrección de sus almas. La Biblia nos dice que al momento de la muerte, los inconversos van a un lugar de silencio (Salmo 115:17). No tendrán existencia consciente otra vez hasta que sean levantados al final del tiempo para enfrentar el juicio. Dios habla de esto en Apocalipsis 20:5, "Mas los otros muertos [los no salvos] no tornaron a vivir [no tuvieron existencia consciente] hasta que sean cumplidos mil años."


En otras palabras, cuando las personas inconversas mueren, la siguiente cosa de lo que estarán conscientes será de la resurrección en el día final cuando ellos serán levantados para enfrentar el juicio. ¡Qué juicio más terrible será ese! Es de importancia eterna el que seamos salvos ahora, mientras todavía estamos viviendo en el día de la gracia. Hebreos 2:3, "¿Cómo escaparemos nosotros, si tuviéremos en poco una salud tan grande?".


Volviendo al tema de la seguridad eterna que disfrutan los creyentes, encontramos muchos pasajes que enseñan esta grandiosa verdad. Dios declara en Juan 10:27-30 que no pereceremos para siempre, ni nadie nos arrebatará de Su mano. En Efesios 1:12-14, tenemos la promesa de que Dios ha dado el Espíritu Santo al creyente como la garantía de su herencia. En Filipenses 1:6 la Biblia promete fielmente que Dios completará Su obra en nosotros. En los versículos finales de Romanos 8, Dios promete que nada en la creación entera puede separarnos del amor de Dios. Leemos esas hermosas promesas en Romanos 8:35 y 37-39:

"¿Quién nos apartará del amor de Cristo?
¿Tribulación? ¿o angustia? ¿o persecución?
¿o hambre? ¿o desnudez? ¿o peligro? ¿o cuchillo?...
Antes, en todas estas cosas hacemos más que vencer
por medio de aquél que nos amó.
Por lo cual estoy cierto que ni la muerte, ni la vida,
ni ángeles, ni principados, ni potestades,
ni lo presente, ni lo por venir,
Ni lo alto, ni lo bajo, ni ninguna criatura
nos podrá apartar del amor de Dios,
que es en Cristo Jesús Señor nuestro".

Estos versículos nos expresan que podemos tener confianza de nuestra salvación. Al considerar estos versículos, ¿cómo podemos pensar por un momento que podemos perder nuestra salvación?
¿Y qué de los Versículos que Parecen Enseñar que Podemos Perder nuestra Salvación?

¿Enseñan algunos versículos que podemos perder nuestra salvación? ¿Qué acerca de pasajes tales como Hebreos 6:4-8, Hebreos 10:26-27, II de Pedro 2:20, y Juan 15:2-6? Si leemos esos versículos superficialmente y los aislamos del resto de la Biblia, podríamos llegar a la conclusión de que un creyente puede perder su salvación. Sin embargo, cuando los leemos y los estudiamos como se debe, es decir, examinándolos a la luz de todo lo demás que enseña la Biblia, sabemos que bajo ninguna circunstancia tales versículos podrían enseñar que podemos perder nuestra salvación. Si estos versículos enseñasen que podríamos perder nuestra salvación, presentarían una contradicción importante a otros pasajes de la Escritura que indican la naturaleza de nuestra salvación y las promesas de Dios que conciernen al carácter eterno de nuestra salvación.

El Cuerpo de Cristo: Individuos y Colectivo
Los pasajes que parecen enseñar que es posible perder nuestra salvación tienen que ser enfrentados. Ellos también forman parte de la Biblia. Podemos entenderlos si mantenemos en mente, como aprendimos anteriormente, que la Biblia presenta el cuerpo de Cristo o la iglesia en dos maneras. Algunas veces cuando la Biblia habla del cuerpo de Cristo o la iglesia, está refiriéndose a individuos creyentes que en forma personal han nacido de nuevo. Estos individuos están, por supuesto, eternamente seguros en Cristo, tal como hemos visto de los pasajes anteriormente mencionados.

La Biblia también presenta el cuerpo de Cristo como un cuerpo colectivo, es decir, una membresía organizada de aquellos que han declarado su deseo de servir a Dios. El cuerpo colectivo es visto en las congregaciones, denominaciones, y grupos de creyentes que han sido formados a través de todo el período Nuevo Testamentario y que declaran que ellos servirán al Señor Jesucristo.

Dentro del cuerpo colectivo de los miembros de la iglesia hay muchas personas que no son nacidas de nuevo. Colectivamente han llegado a ser ciudadanos del reino de Dios por virtud de su membresía en la iglesia; personalmente, no han llegado a ser nuevas criaturas en Cristo, y Cristo no ha pagado por sus pecados. No han aceptado el hecho de que se encuentran en un estado de bancarrota espiritual y el hecho de que solamente por gracia pueden ser salvas. Ellas creen que porque se han unido a la iglesia e intentan vivir una vida santa, son dignas delante de Dios. Tienen conocimiento de muchas cosas que la Biblia enseña. Saben que la Biblia declara que el hombre es pecador y que está bajo la ira de Dios. Saben que Cristo es el único camino pero personal e individualmente, Cristo no ha llegado a ser parte intrínseca e íntima de sus vidas. Todavía se encuentran en sus pecados.
 
Israel: Un Ejemplo del Cuerpo Colectivo de Dios
Israel de antaño es un ejemplo excelente del cuerpo colectivo, dentro del cual hubo gente salva y no salva. Todo Israelita estaba convencido que era salvo y aceptable a Dios. Creía ésto en vista del hecho que Israel era la raza escogida, y también porque guardaba las leyes ceremoniales. Sin embargo, la Biblia enseña que la mayoría del pueblo de Israel, en cierto momento de la historia, no eran salvos. Esto se declara más gráficamente en Hebreos 3:15-19, donde Dios declara que ellos no pudieron entrar en Su reposo por causa de su incredulidad.

Este pasaje en Hebreos recuerda al antiguo Israel cuando estaban en el desierto en su camino hacia Canaán. Ellos estaban íntimamente asociados con Dios siendo que El los guiaba en una nube de día y en la columna de fuego de noche. Ellos bebieron del agua que salió milagrosamente de la roca. Ellos comieron del maná que vino del Cielo. Ellos fueron iluminados en lo concerniente a la voluntad de Dios. Ellos estaban bajo el liderazgo personal de ese gran tipo de Cristo, Moisés. Pero la mayoría de ellos no eran salvos. Muy tristemente la Biblia registra en Hebreos 3:19, "no pudieron entrar a causa de incredulidad", y explica en Hebreos 4:2, "no les aprovechó el oir la palabra a los que la oyeron sin mezclar fe".

Colectivamente ellos eran miembros del cuerpo de Cristo. Colectivamente estaban identificados con el Señor Jesucristo. Colectivamente eran la esposa de Cristo. Colectivamente estaban familiarizados con las promesas de Dios. Colectivamente experimentaron muchas bendiciones de Dios en sus vidas; más, personalmente ellos no eran salvos. Individualmente no confiaron en Dios con fe salvadora. Por consiguiente, fueron sujetos al infierno.

La misma situación prevalece en la iglesia hoy. Hay algunos miembros de la congregación que están en una posición buena y normal. Quizá enseñan en la Escuela Dominical. Quizá son pastores. Quizá oran fervientemente. Quizá leen la Biblia. Quizá hacen todas las cosas que hacen los verdaderos creyentes, mas si ellos no han llegado a ser nuevas criaturas en Cristo, ellos no son salvos. Estas son las personas a quienes Dios tiene en mente en pasajes tales como Hebreos 6:4-8, Hebreos 10:26-27, II de Pedro 2:20, y Juan 15:2,6. Como Nicodemo, quien era un miembro fiel de la congregación Judía de su tiempo, ellos tienen que nacer de lo alto antes de que puedan entrar al Cielo.

Obviamente, aquellos dentro de la congregación que no han experimentado el nuevo nacimiento y sin embargo creen que son salvos, con razón deben creer que pueden caer de la gracia. La salvación que ellos siguen es una en la cual ellos esperan ser declarados dignos delante de Dios por causa de su membresía en la iglesia o por razón de sus acciones al parecer como cristianos comprometidos. Cuando ellos dejan de vivir de esta manera, ya no están más identificados con el cuerpo de Cristo. La verdad es que ellos nunca fueron salvos.
 
La Enseñanza de que Podemos Perder Nuestra Salvación es una Doctrina Peligrosa
La doctrina de que podemos caer de la gracia o perder nuestra salvación es ciertamente muy peligrosa en el sentido de que efectivamente hace a nuestras obras base para la salvación. Si creemos que por la gracia de Dios somos salvos pero que a causa de que somos débiles en nosotros mismos y nos alejamos de la ley de Dios, permanecemos culpables delante de Dios, entonces efectivamente estamos declarando que una condición de nuestra salvación es que hagamos buenas obras. En otras palabras, pensamos que somos salvos por la gracia de Dios en cierto sentido, pero en realidad, intentamos ganar nuestra salvación viviendo cierta clase de vida santa.

Por tanto, nosotros hemos diseñado nuestro propio plan de salvación por medio del cual podemos merecer el favor contínuo y la salvación de Dios por nuestros hechos, haciendo buenas obras. Por consiguiente, nuestra salvación no será ya más una concesión benevolente de la gracia de Dios, es decir, favor inmerecido que viene de Dios, sino será algo que hemos ganado a causa de vidas santas. Hemos caído dentro de la misma trampa como los Judíos de quienes Dios habla en Gálatas 5, que insistían que la circuncisión era un requisito para salvación. Dios declara que aquellos que creen esto no se hallan bajo la gracia sino bajo la maldición de la ley. Efesios 2:8-10 declara que somos salvos por gracia y no por obras.

Nuestras obras nunca pueden salvarnos porque la Biblia enseña que nuestras mejores obras son como trapos de inmundicia a la vista de Dios (Isaías 64:6). En Santiago 2:10, Dios declara que si hemos quebrantado uno de los puntos más pequeños de la ley, somos culpables de toda la ley de Dios. En otras palabras, si pensamos que podemos ser salvos por medio de hacer buenas obras, hemos escogido seguir un plan de salvación por medio del cual tenemos que ser absolutamente perfectos delante de El. Si nos desviamos del modo más mínimo de la perfección de la ley de Dios, entramos inmediatamente en la condenación del pecado y seremos lanzados en el infierno. ¡Alabado sea Dios porque nuestra salvación es de gracia! Las obras que hacemos resultan de la gracia de Dios en nuestras vidas.

Algunas personas temen que si enseñamos que no podemos perder nuestra salvación, alguno que es creyente se hará una persona profana y maligna. Piensan que porque tal persona tiene la seguridad de creer que Cristo ha pagado por todos sus pecados, ella, por tanto, disfrutará el placer del pecado.

Cualquiera que verdaderamente ha sido hecho un hijo de Dios se dará cuenta de la naturaleza imposible de esta declaración. Un verdadero hijo de Dios es una nueva criatura en Cristo; él vive con un alma eterna resucitada. El pecado ahora es detestable a él. El no requiere la amenaza de la condenación de Dios para ser motivado a vivir una vida santa. Un hijo de Dios ama profundamente a Dios y tiene un deseo sincero de complacerle y de ser obediente a El.

A los ojos de una persona no salva, quien codicia el pecado tanto en la mente como en el alma, el pecado es muy atractivo. En la vida del verdadero creyente, quien ha recibido su alma resucitada, existe un conflicto severo dentro de su propia personalidad cuando peca. En la nueva alma del creyente, él se siente violado si cede a los deseos de su cuerpo pecaminoso. El creyente encuentra que su más elevado placer está en la obediencia a Dios porque esta es la clase de vida en la cual su alma tiene placer.

Además, Dios habita en él. El creyente es propiedad de Dios, en vista del hecho de que fue rescatado por Cristo. Dios se encargará de él si continúa en pecado. Es así imposible para un creyente nacido de lo Alto reincidir y vivir como la persona no salva que fué antes de llegar a ser una nueva criatura en Cristo.
 
Paz con Dios
Por lo tanto, vemos de modo concluyente que no hay la menor duda acerca de la seguridad eterna de nuestra salvación. ¡Qué tremendo consuelo para aquellos de nosotros que hemos experimentado la gracia salvadora de Dios en nuestras vidas! Jamás tenemos que vivir con el sentimiento de que podríamos cometer un pecado del cual somos ignorantes o por el cual no hemos pedido perdón específicamente, y de este modo terminar en el infierno. Vivimos con la paz de Dios en nuestros corazones, sabiendo que somos hijos de Dios eternamente. Vivimos con el gozo tremendo que viene del saber que Cristo ha pagado todos nuestros pecados. Jamás tendremos que responder a Dios por nuestros pecados. Nunca compareceremos ante el Trono del juicio de Dios. El Señor Jesucristo, nuestro sustituto, nuestro Mediador, ya ha comparecido y ya ha sido condenado delante de Dios en nuestro favor. ¡Como nuestro sustituto por el pecado, El ya cargó con la ira de Dios que tan justamente merecemos nosotros! ¡Qué salvación tan magnífica la que Dios nos ha provisto!

De esta manera concluimos nuestra consideración de la Seguridad Eterna, la cual es también referida como la doctrina de una vez salvos, siempre salvos. La hemos considerado bajo el tópico de la Perseverancia de los Santos, que es la P en el acrónimo TULIP. Esto concluye nuestro estudio de TULIP.

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